Es el acercamiento de carácter sexual de adultos hacia menores. En algunos casos, pueden acabar en encuentros reales con abuso sexual y también en explotación y prostitución infantil. En otros casos, los pederastas buscan material pornográfico.
Haciéndose pasar por niños o adolescentes de su edad y fingiendo ser otras personas, crean perfiles falsos en redes sociales o juegos online. El groomer o pederasta se adapta a los gustos del menor para entrar en su círculo. Se muestra simpático y cariñoso hasta conseguir lo que quiere. Puede usar tácticas como regalarle cosas en los juegos online, o contarle mentiras para que el/la menor tenga la sensación de que se ha ganado su confianza y le sea más fácil confiar en él.
A partir de ahí, el acosador empieza a subir el tono de las conversaciones y a pedir al menor fotografías y vídeos comprometidos. Pueden tardan varios meses en pedirlas, o lanzarse el mismo día que se acaban de conocer y enviar fotos de otras personas como cebo. Una vez conseguido este material, ya puede empezar a chantajearle hasta que lo/a tiene sometido/a y puede conseguir lo que quiera. El punto álgido se produce cuando el pederasta pide un encuentro real con el niño/a o adolescente.
Muchas veces los/as adolescentes no saben con quién están hablando hasta que se los encuentran cara a cara. Es habitual que el pederasta le diga a la víctima que no va a poder ir al encuentro pero que va a ir su hermano a recogerle, de esa forma la víctima no sospecha hasta que es demasiado tarde.
En 2017 se detectaron 285 casos de grooming, un 31% más que cuando empezaron a recogerse datos en 2013, según datos del Ministerio del Interior.
Las mismas aptitudes tradicionales de control en las parejas, son las que han pasado al mundo digital
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